Leopoldo Santos Ramírez
El contingente de la Facultad de Derecho se incorporó atrás de la Prepa
Popular y así iniciamos la marcha que después de un largo tiempo por
fin salía a las calles del entonces Distrito Federal. Esa tarde la
temperatura era magnífica y a pesar del nerviosismo colectivo había la
resolución de marchar, desafiar al régimen echeverrista y volver a ganar
la calle como consigna de los grupos estudiantiles más radicales.
La marcha
estuvo marcada por una intensa polémica entre organizaciones políticas de
izquierda sobre la conveniencia de “salir a la calle” o realizar un acto en la
Universidad o el Politécnico. Los tres años anteriores los estudiantes habían
experimentado manifestaciones en la vía pública, pero la mayoría habían sido
bloqueadas por los cuerpos de seguridad. Mientras transcurrían los dos últimos
años del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz la actividad política del movimiento
estudiantil se constriñó al campus.
Se salía en brigadas buscando influir en
colonias populares y en la clase trabajadora sólo para comprobar cada 1º de
mayo quién tenía el control sobre esa clase. A pesar de que arengábamos y
distribuíamos propaganda contra el control charro de la CTM entre las filas de
los trabajadores que cada Día del Trabajo salían por miles en marcha, los
golpeadores de esos contingentes apenas si nos tomaban en cuenta, quizá porque
nos veían muy chavos e inexpertos. Además, con métodos más sofisticados
estudiantes e intelectuales ensayaban programas de educación política en barrios
populares o en áreas rurales, siguiendo parcialmente el experimento de San
Miguel Topilejo, comunidad campesina que hasta las últimas consecuencias se
mantuvo al lado del movimiento durante 1968.
Sin embargo, por las condiciones
de riesgo en la Facultad de Derecho, sus activistas eran más bien prácticos, con
cierto menosprecio por la actividad intelectual y académica. La consigna de no al
academicismo y sí a la acción política prevalecía entre el grupo de activistas de
derecho, la mayoría de ellos anarquistas, poco proclives a los círculos de estudio,
aunque nunca dejaron de leer.
Me sorprendió cómo en una tarde de verano,
sentados en las islas de Ciudad Universitaria, Gilberto Argüello, intelectual del
Partido Comunista, pudo mantener su atención hasta por tres horas explicando la
situación de México a través de su historia y su relación con el mundo. Los
estudiantes de la Juventud Comunista en ese turbulento ambiente de la facultad
pudimos plantear la mayoría de las propuestas coherentes y los programas
políticos a desarrollar, pero siempre discutiéndolos con el resto del comité hasta
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lograr consenso. Nuestra relación con las otras facultades se daba mediante el
Comité Coordinador, pero éramos poco proclives a protagonizar conferencias de
prensa.
Los últimos meses de 1969 fueron particularmente agitados. Estaba por
definirse quién sería el candidato del PRI a la Presidencia; Alfonso Corona del
Rosal y Luis Echeverría punteaban en la pugna intrapartidista. En medio de esa
tensión, el 20 de octubre por la noche, en el estacionamiento de la facultad fue
asesinado Miguel Parra Simpson, estudiante del último semestre y simpatizante
del Comité de Lucha. El crimen cometido por porros menores que repartían
volantes contra el movimiento estudiantil y los presos políticos, tenía alcances
fuera del campus.
La provocación buscaba encender los ánimos en un ambiente
en que las porras profesionales servirían de contrapeso a los estudiantes cuyo derrotero
estaba marcado por la liberación de los presos políticos y la reforma
universitaria.
El 10 de junio de 1971 la marcha fue bloqueada primero por los granaderos,
pero el plan consistía en encajonarnos por bloques, para aislar la cabeza y
comunicación de la marcha y facilitar la acción los Halcones, cuerpo paramilitar
formado en el sexenio de Díaz Ordaz. Pese a su disciplina militar, al principio los
Halcones fueron rechazados, pero al reaparecer con armas de alto poder supimos
que la teníamos perdida y, desde el sitio privilegiado donde nos encontrábamos,
a gritos condujimos a parte de los despavoridos contingentes hacia una avenida.
En la noche, en un recuento de quiénes faltaban por reportarse al comité,
acudimos a las oficinas de Excélsior, que publicó sus nombres al siguiente día.
Eso permitió que pronto aparecieran y al menos se nos quitaba una
preocupación.
Pero hay algo que a pesar de los años no logro explicarme: nunca
lloramos por los muertos, aunque fueran cercanos. Quizá fue la actitud de
aferrarnos a la vida o quizá no tanto saber (como un proceso consciente de
comprender), sino de sentir instintivamente que los próximos podríamos ser
nosotros en la cadena de represión y muerte con que el poder se aferraba a seguir
reciclándose.
Muchas experiencias después me enseñaron a ver las apasionadas
discusiones de la izquierda, culpándose unos a otros de reformistas o de
traidores, como pérdida de tiempo ante las crisis y amenazas reales del poder.
Rindo aquí humilde homenaje a los compañeros del Comité de Lucha de la
Facultad de Derecho: Pedro Castillo, Antonio Castillo Deloarte, Castillito,
Carlos Arango, Napoleón; José Jacques Medina, Pablo Sandoval Ramírez,
Cecilia Soto Blanco, Francisco Gordillo y Manuel Mirón Lince, El Rojo.
Como
ha documentado el investigador René Ontiveros, tras el 10 de junio el Comité de
Derecho entró en una espiral de descomposición de la que ya no se recuperaría
(Rivas Ontiveros, José René. 2007. La izquierda estudiantil en la UNAM:
organizaciones, movilizaciones y liderazgos, 1958-1972. México, UNAMPorrúa).
*Profesor e investigador de El Colegio de Sonora