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José Marcos Medina Bustos

Hermosillo a mediados del siglo XIX: Una ciudad entre acequias. 

Este evento recuerda los 180 años de la bendición de la Capilla del Carmen en 1842. Efeméride muy significativa que motiva a trasladarnos al pasado de la ciudad de Hermosillo. Hoy que su mancha urbana se extiende ampliamente a los cuatro puntos cardinales, es difícil imaginar cómo era el poblado cuando empezó a funcionar la Capilla del Carmen. Tal vez fuera de ayuda si traemos a nuestra mente como es actualmente la ciudad de Ures, ubicada a orillas del río Sonora, con alrededor de ocho mil habitantes y una actividad productiva principalmente agropecuaria. 

Diversas personas han hecho importantes investigaciones sobre los primeros tiempos y el desarrollo de Hermosillo, se puede mencionar a Fernando Galaz, Flavio Molina, Gilberto Escoboza, Juan Ramón Gutiérrez, Ignacio Lagarda, Eloy Méndez, Carmen Bojórquez, Carmelita Tonella, entre otras. Pues bien, a partir de la lectura de sus trabajos e investigaciones realizadas por mí mismo, trazaré un panorama de la historia de Hermosillo hasta llegar el momento en que fue bendecida la Capilla del Carmen. 

ANTECEDENTES 

Desde antes de la conquista española el espacio que actualmente ocupa Hermosillo, fue una zona de frontera entre sociedades indígenas que usufructuaban sus recursos; por un lado, los indígenas identificados por los españoles como pimas (se autodenominan o-otam), que vivían de la caza, la recolección y practicaban la agricultura; y, por otra parte, los cazadores recolectores y pescadores, que los españoles denominaron como seris (kunkaak, es su auto denominación). 

Estos grupos ocasionalmente se encontraban y podían tener contactos pacíficos o violentos.

A fines del siglo XVII el misionero jesuita Adamo Gilg, señaló en un mapa la existencia de una ranchería pima, a la cual llamó Pitikim de pimas cocomacakes, en donde se asentaban temporalmente para cultivar maíz, calabazas y frijol en pequeñas porciones de tierra, aprovechando el agua del río actualmente conocido como Sonora, pero luego las abandonaban para practicar la caza y la recolección de frutos y raíces. 

Posteriormente, en 1700, el alférez Juan Bautista Escalante “redujo”, o sea que congregó obligadamente, a los pimas del área en el efímero pueblo de la Santísima Trinidad del Pitic, que tampoco logró permanecer.

Es de resaltar que en este espacio no prosperaron las misiones jesuitas, como sí lo hicieron en los alrededores, como fue el caso de las misiones de Suaqui, Tecoripa o Ures, fundadas en las primeras décadas del siglo XVII. Sería hasta 1741, con el establecimiento del presidio de San Pedro de la Conquista del Pitic, que empezó el poblamiento español, pero en la banda sur del río. En este lugar, el comandante del presidio, Agustín de Vildósola, obtuvo la primera merced de tierras para establecer su hacienda. 

Sin embargo, el poblamiento no prosperó pues el mencionado Vildósola perdió las tierras por sus malas prácticas y el presidio fue trasladado en 1748 a la recién fundada villa de San Miguel de Horcasitas. La hacienda fue donada al monasterio de Monserrat, en la cual se empleaban ocasionalmente los pimas como peones.

Otro momento importante en el poblamiento del antiguo Hermosillo se dio en 1771 cuando los seris, que se habían rebelado contra los españoles y atrincherado en Cerro Prieto, decidieron rendirse y asentarse de paz en las inmediaciones del Pitic, para lo cual se les fundó una misión en la banda sur del río y se les construyó una acequia de “cal y canto” de la cual todavía se pueden apreciar sus restos en la base del Cerrito de la Cruz, a un costado de la Casa de la Cultura. 

Para conducir el agua a la acequia, se represaba la corriente del río por medio de un estacado cubierto de arena de unos 600 metros de largo, al parecer este era el sistema utilizado en otras acequias que se abrieron.

En la banda norte del río, se reactivó el poblamiento español cuando en 1780 se regresó la tropa presidial de San Miguel de Horcasitas, para enfrentar a los seris que abandonaron la misión y regresaron a la costa. A lo anterior se aunaron otras medidas como la autorización para fundar la villa de San Pedro de la Conquista del Pitic en 1783, con lo cual se logró la permanencia del poblamiento y su desarrollo hasta llegar al actual Hermosillo. 

LA VILLA DEL PITIC 

Su núcleo fundacional se localizó en el área actual de la Plaza Zaragoza, donde estaba la capilla del presidio, por lo que recibía el nombre de capilla castrense y era administrada por un religioso franciscano, que fungía como capellán. Según, Fernando Galaz, el cuartel de la tropa debió estar situado en donde actualmente se encuentra la escuela primaria Colegio Sonora. Si bien, la tropa presidial era muy importante, desde un principio se concibió la villa como un poblado agrícola, algo novedoso para los españoles de la región, pues lo usual es que vivieran en poblados mineros denominados reales de minas, o en poblados militares como los presidios. 

Los soldados fueron agraciados con parcelas de tierra para sus viviendas y para que sembraran. Además, en 1785 se construyó una acequia para dar agua a los vecinos, tanto para sus necesidades cotidianas como para regar sus siembras. Esa acequia se llamó de “La Comuna”, e iniciaba en algún lugar del río Sonora al oriente del poblado, conducía el agua hacia el poniente, pasando por un costado del Cerro de la Campana, la plaza y los terrenos de cultivo ubicados después. 

Posteriormente se construyó otra acequia más cercana al río, nombrada del Torreón, que condujo el agua a terrenos más lejanos del centro poblacional hacia el poniente, como los del Chanate y el Torreón. También se construyó una acequia que dividía el poblado de sur a norte. De tal forma que la villa del Pitic, se fue conformando como un poblado entre acequias.

La villa del Pitic se consolidó como un poblado agricultor y ganadero, lo cual se aprecia en documentos de fines del siglo XVIII y principios del XIX. 

Por ejemplo, en 1796 fray Pascual Lucas Hernández era capellán del presidio y estimó la población de la villa en 775 “almas” comprendidas en las familias de la tropa y de los vecinos españoles y de “razón”. En 1804, el capitán del presidio Jose A. Fernández de Loredo, informó que la villa del Pitic, tenía “agua suficiente para regar labores” y afirmaba que se cosechaba maíz, trigo y legumbres en “corta cantidad”. En cuanto a producción pecuaria, afirmaba que se criaban vacas, ovejas, cabras, caballos y mulas. En cuanto a la industria afirmaba que se fabricaba jabón y mezcal “De castilla”.

A medida que avanzaba el siglo XIX, la diferenciación social entre los colonos se fue acentuando, pues hubo algunos que acapararon grandes extensiones de tierras cultivables. 

En este proceso hubo familias que podían dedicar parte de sus riquezas al culto católico, como fue el caso de la familia Medina López que desde 1809 se dio a la tarea de construir una capilla dedicada al santo de su devoción: San Antonio, en sus terrenos de siembra a “extramuros” de la villa, como se dice en los documentos de la época. Este templo todavía existe y es uno de los edificios más antiguos de Hermosillo. 

LA VILLA DEL PITIC Y EL COMERCIO POR EL PUERTO DE GUAYMAS 

Por estos mismos años, se empieza a comerciar con extranjeros ingleses y norteamericanos por el puerto natural de Guaymas, un lugar apto para que arribaran barcos grandes, pero que en ese entonces todavía no existía como poblado. Lo anterior favoreció a la villa del Pitic, que era el lugar con medios de vida más cercano al puerto, por lo cual se convirtió en el punto al cual llegaban los productos agropecuarios y metales preciosos del interior de Sonora para ser conducidos a Guaymas y embarcados a otros lugares de la costa o al extranjero. 

También era el centro de acopio de los productos manufacturados que se importaban en el puerto, para ser comercializados en el interior.

Esta característica comercial, fue la clave para el desarrollo económico y poblacional de la villa del Pitic. Ya para 1819, había logrado tal desarrollo que sus vecinos solicitaron dejar de ser atendidos en sus necesidades religiosas por el capellán castrense del presidio, y que la villa se convirtiera en parroquia, argumentaron que ya eran más de 4,000 vecinos y que la iglesia del presidio era insuficiente para albergarlos. 

Este crecimiento se sustentó en la migración de personas de los pueblos como Ures, Arizpe y Álamos, que buscaban aprovechar las oportunidades económicas.

También fue importante la corriente migratoria ocasionada por la guerra que se declaró contra el líder yaqui Juan Ignacio Jusacamea en 1826, por la cual se abandonaron pueblos como Cumuripa, Suaqui y Tecoripa, cuyos habitantes se refugiaron en el Pitic y Ures. Los mismos indígenas yaquis incrementaron significativamente su presencia en el Pitic como trabajadores en las haciendas cercanas. También se registra presencia de indígenas ópatas, mayos y yumas o nixoras. De tal manera que para 1827, el viajero inglés coronel Bourne, dejó testimonio de su paso por el Pitic, afirmando que era de “ocho mil habitantes”. 

El evidente progreso de la villa influyó para que el Congreso del Estado de Occidente (1824-1831) decretara otorgarle el título de ciudad de Hermosillo en 1828, en honor del insurgente José María González de Hermosillo. Y, posteriormente, al decretarse la conformación del Estado de Sonora, en 1831, se le designó como capital del nuevo estado; aunque al año siguiente el Congreso decidió su traslado a la antigua capital colonial: la ciudad de Arizpe, de donde se trasladó a Ures, cuando el grupo encabezado por Manuel María Gándara se impuso a los partidarios de José Urrea en 1838. 

Tal arreglo político se mantuvo hasta 1879, cuando la capital se trasladó a Hermosillo, donde permaneció hasta la actualidad. Lo anterior fue una muestra de que este lugar, a pesar de ser el más importante en cuanto a población y economía, carecía de la fuerza militar y política para convertirse en el centro político del estado (situación similar a la de la ciudad de Álamos). 

EL CASCO URBANO DE HERMOSILLO 

La traza de la villa del Pitic, es decir, donde se construyeron las viviendas, edificios y espacios que le dieron un ambiente urbano, se extendió de manera desordenada hacia el oriente desde el núcleo fundacional que fue la plaza y la capilla castrense, pues atrás de ésta había una muralla, el cementerio, terrenos de cultivo y algunas casitas dispersas, y así permaneció hasta fines del siglo XIX. 

Posiblemente esa orientación hacia el oriente, se debió al temor de ataques de los seris y de inundaciones. Esto último problema aparece en documentos de la época, en los que se afirma que con las crecientes el río llegaba hasta la Capilla de San Antonio.

Al aumentar la población se fue ampliando la división del trabajo y a los labradores y jornaleros se agregaron los comerciantes y artesanos. Estas personas se fueron ubicando al oriente de la plaza, donde se creó un nuevo espacio público: la plaza del Parián, en lo que actualmente es la plaza Hidalgo, donde se expendían frutas, verduras y carnes. A su alrededor se establecieron casas de ricos comerciantes como los Camou desde 1834 y, más alejados, las viviendas de diversos tipos de artesanos y de trabajadores. 

Este sector popular se extendió hasta las viñas de Pascual Íñigo Ruiz Monteagudo, vecino acomodado, en cuyos terrenos se dio a la tarea de construir una capilla dedicada a la Virgen del Carmen. Algunos autores mencionan que inició la construcción en 1832 y la terminó en 1837, aunque no indican sus fuentes. Lo que sí es un hecho es que para principios de la década de 1840 ya se encontraba en funcionamiento.

Así lo atestigua José Francisco Velasco, un erudito hermosillense, quien escribió en 1844 que había una capilla de Nuestra Señora del Carmen, que era chica, pero habilitada de paramentos eclesiásticos, y que servía de “ayuda de parroquia”. 

De manera similar, un viajero que estuvo en Hermosillo en 1842, Vicente Calvo, escribió sobre la Capilla del Carmen que estaba recientemente construida y su arquitectura era “del orden compuesto (o mixto) de forma elegante”. Que su interior estaba adornado con los símbolos de la religión cristiana “pintados con colores vivos y alegres por una mano diestra y por un pincel clásico de un florentino”, afirmando que era “la mejor del departamento”. Que la construyó Don Pascual Iñigo, “por un capricho de su mujer” [Trinidad Huges de Anza]; pero que “De amable y alegre que era esa señora se convirtió por su desgracia en devota y mística.” (Flores y Gutiérrez, 2006, p. 160) 

Para este entonces, en 1845, la ciudad de Hermosillo, había consolidado su traza urbana en ocho barrios. Iniciaba con el de La Plaza, en donde vivían principalmente empleados, militares y labradores; el del Centro y del Parián Viejo, donde había muchos comerciantes; el del Cerro, de Sabanillas, del Carmen y de la Alameda, que quedaban en las orillas, donde vivían artesanos, matanceros, labradores y jornaleros. En barrios como el Cerro se concentraban yaquis que habían emigrado a la ciudad. 

A manera de reflexión final retomo a Eloy Méndez, en su planteamiento de que durante el siglo XIX el casco urbano de Hermosillo se extendió a lo largo de un eje religioso que tenía su inicio en la capilla de San Antonio, pasaba por la iglesia principal de la plaza y llegaba a la capilla del Carmen. Desde ese eje hacia el norte apenas rebasaba la actual calle Serdán. 

De esta forma, desde 1832 hasta principios del siglo XX, la Capilla del Carmen fue el límite oriental de la traza urbana de Hermosillo, convirtiéndose en un edificio emblemático de su historia. A mediados del siglo XIX, su torre y su cúpula eran la edificación más alta, como se aprecia en el sketch de George Russell Bartlett, hecho en 1852, reproducido a continuación.

Fuente: Colección John Russell Bartlett. The John Carter Brown Library. 


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