Tiempos y realidades


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Zulema Trejo Contreras

Los debates

Los debates políticos no son una novedad del siglo XX, menos del XXI, se ha debatido acerca de propuestas políticas al menos desde la antigua Gracia cuando asuntos trascendentales como las declaraciones de guerra, los presupuesto para una u otra cuestión, la posibilidad de exiliar a algún ciudadano se discutían en el foro, lugar donde los oradores se dirigían a los ciudadanos congregados para tratar de persuadirlos de tomar la decisión que defendían. 

Hay huellas escritas de estos debates, por ejemplo, en el libro Las guerras del Peloponeso se registra el debate el acalorado debate entre los oradores de Atenas, Esparta, Corinto respecto a si era necesario, o no, declarar la guerra unos a otros.

El debate en Bartolomé de las Casas y Sepulveda de Guinés en el siglo XVII acerca de la guerra justa contra los habitantes del nuevo mundo es un debate poco conocido fuera de los círculos académico, a pesar de su trascendencia puesto que justificó la guerra contra los habitantes originarios del nuevo mundo. 

La revolución francesa en el siglo XVIII fue cuna de grandes debates que ocuparon horas y horas en los estados generales, la asamblea general, las calles. Entre los oradores franceses han pasado a la historia se encuentran Maximilian Robespierre, Jean Paul Marat, George Danton entre otros, cuyas habilidades en la oratoria los llevaron al poder desde el cual impulsaron decisiones fatales, como las de Robespierre que, que dieron lugar a la época del terror en la cual la guillotina funcionaba día y noche para ejecutar a los traidores, o supuestos traidores, a la revolución. 

El siglo XIX fue también época de debates en los congresos de las recién emancipadas repúblicas latinoamericanas, en donde se discutían temas como el fin de la esclavitud, la forma de gobierno, la concesión del derecho a voto y, sobre todo, un sinfín de leyes destinadas a cimentar el funcionamiento de cada país.

Los debates no son nuevos, sin embargo, se ha perdido su esencia porque simplemente ya no existe la posibilidad de debatir. Se ha confundido la exposición con el debate, porque una cosa es que se expongan planes o propuestas, otra que las expongan, las defiendan y a se cuestione lo propuesto por los otros oradores, pero que estos sean cuestionamientos acerca de los temas expuestos, pero que sean cuestionamientos válidos, informados, que rebasen las meras acusaciones personales. 

El pasado martes, desafortunadamente, todos pudimos ver un claro ejemplo de lo que no es un debate. 


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