Observatorios Urbanos


colson

Alejandra Franco

Cuerpos trazados sobre tiza y papel 

El siglo XIX, cautivó los cuerpos de las mujeres de clase alta, vistiéndolos de las telas más finas que el continente Europeo tuvo disponible. Las mujeres mexicanas, las europeas y las estadounidenses del siglo XIX, iniciaron este, con una interrogante, ¿Hold to light and see you are a?1. La moda fue específica, buscaba a una mujer capaz de adaptar su cuerpo a un vestido extranjero y esto exigió usar corsés ajustados que, sin duda cada mujer con acceso a comprar la indumentaria de la época tuvo la experiencia de aprisionar su cuerpo al encarnar a una fluffy Ruffles, una toilette o a Carmen Romero rubio de Díaz. 

Ellas fueran las musas capaces de enamorar a las mujeres de su país. las revistas, la fotografía se encargaron de crear la ilustración perfecta de esa mujer deseada en cada ocasión, ya sea la iglesia, ir de paseo, de visita y los eventos más importantes, la ópera y los bailes de gran gala. Lucir atuendos hechos sólo para tu cuerpo, fue la gran excusa para viajar a París y visitar las boutiques y las casas de moda donde Charles worth vestía a las más ilustres mujeres parisinas. 

El nuevo régimen de gobierno recién instaurado de la segunda mitad del siglo XIX dictaminó los cambios que debían efectuarse en la sociedad. La nueva forma de vida porfirista demandó la adopción de diversas actitudes para alcanzar aspiraciones idealizadas que coadyuvaran a los nuevos intereses políticos del momento y así se dictaminaron los nuevos roles, papeles y estereotipos que se habrían de interpretar durante el periodo denominado: porfiriato.

La permanencia del interés por lo francés por parte de la élite en el periodo 1890-1910, es importante por los cambios que se produjeron y los que se estaban produciendo en el mundo. Los valores estéticos aunados al cuerpo femenino a través de la indumentaria y las manifestaciones de la vida cotidiana y material son elementos esenciales en la compresión de las prácticas sociales. Por ello la indumentaria, quién la porta y quiénes la confeccionan son un componente histórico que representa la importancia de ser y pertenecer a la clase del progreso. 

México vivió una transformación cultural, donde la moda fungió como un eje fundamental en la nueva sociedad vanguardista. Con la aparición de la moda se generó un cambio en la materia de la indumentaria y su representación, la élite en su estatus le brindó a la moda mexicana un importante papel en la estructura del vestir. La élite actuó su papel y disfrutó de la magnificencia que México estaba construyendo con la edificación de nuevos sitios y espacios para desplegar la elegancia recién adquirida. 

El vestido consolidó un canon que hizo creer a la mujer de clase alta que representaba de forma digna lo moralmente correcto, en el molde impuesto con parámetros que se asocian a valores estético-sociales, con la idea de orden y progreso y, la apariencia de modernidad hacia el exterior.

Las revistas tuvieron un papel fundamental en la vida de la mujer porfiriana de clase alta, puesto que a través de ellas pudieron observar las últimas modas parisinas y las últimas creaciones de algún afamado diseñador francés y no sólo sirvieron para este objetivo, también las damas más distinguidas de la República aparecieron en las páginas de las revistas nacionales, como El mundo ilustrado, fungiendo como la máxima aspiración social2. 

Los cuerpos fueron trazados sobre tiza y papel, el deseo por adquirir lo último en la moda parisense se desataba al ver un hermoso accesorio que habían visto usar a alguien en una revista y ahora tenía la oportunidad de adquirir.

Para identificarse como alguien de alta sociedad no bastaba con portar los colores designados para el día y la noche, que la elegancia demandaba para ello, se debía agregar complementos; como los sombreros y las sombrillas, los cuales eran esenciales. 

Las mismas reglas del juego se aplicaron a todas las damas distinguidas: hazlo elegante y caro. Sentían que sus vidas se modificaban al cambiar el color de la sofisticación, no provocaban las mismas sensaciones, ni las mismas miradas el portar un traje de visita, que el de gran gala. En México había pocas opciones textiles, así que la mayoría de las prendas hechas en el país eran de manta, algodón, lino o lana.

La seda, el satín y el encaje eran de Europa. Los accesorios eran el complemento que terminaba por crear una historia completa para cada ocasión, se hicieron presentes en la indumentaria de las mujeres porfiristas.

Imagen que contiene foto, edificio, persona

Descripción generada automáticamenteCarmen Romero Rubio de Díaz, era el máximo aspiracional de las mujeres de la esfera elitista porfirista, sus apariciones en las páginas de la revista El mundo ilustrado, la muestran fina, recatada, elegante y sofisticada. 

Nadie lucía como ella, sólo ella era capaz de portar una corona como la figura representante de la modernidad, y de una mujer joven agraciada con una juventud exquisita y con la responsabilidad de ser una dama distinguida de la República. La lente de la cámara captura su esplendor y lo majestuoso de su indumentaria, un cuerpo sofisticado, como un maniquí silencioso, lo que alguien más le pidió que fuera, son fragmentos de belleza, lleva en su espalda la etiqueta de alguien más que la glorifica y la condena al mismo tiempo al ajustar su cuerpo a dimensiones numéricas. 

Las nuevas relaciones entre la ropa, el aspecto y la identidad para un cuerpo distinto, activo, grupal, renovó su pensamiento con miras hacia la transición a la modernidad que empujaban las fuerzas sociales que presionaban al vestir. Las telas predilectas en la fabricación de vestidos de recepción fueron los encajes, el terciopelo amarillo, la muselina de seda, la lentejuela de oro y tul de seda, estos encarnaron la última tendencia estética.

Carmelita no vestía de forma distinta a las mujeres europeas pertenecientes a un rango privilegiado en la sociedad al igual que ella, su código vestimentario, la moral y la elegancia eran similares, lo único era la cultura a la que pertenecían, el lenguaje y los rasgos de personalidad.

La vida pública de las mujeres porfiristas tenía un papel establecido, su vestido, sus joyas y su cuerpo eran los protagonistas y debían brillar, no más que la inteligencia de sus esposos encargados de dirigir al país. Por ello los clubes y las actividades realizadas en ellos fomentaba en ellas la apreciación por las prácticas de la élite y las inducía a comportarse de manera adecuada a la hora del día en la que estuvieran. 

Los placeres desmedidos de lo nuevo y el lujo, fueron un hechizo efectivo para las damas de la élite, y representaron la moda, el buen gusto y la conciencia por la estética dictada para la época. Fundieron la idea de un modelo social basado en la construcción de la apariencia a través de la indumentaria, la diferencia entre ellas y las otras es quién, de qué y de quién porta el vestido. “La moda es la historia del gusto y de la vida cotidiana. Hablar de ropa es tocar rivalidades, diferencias de clase, de tipos, de castas” (Arechavala Torrescano, 2017, p. 39). 

Un nuevo tipo de interacción entre los objetos y los individuos, la ostentación de la imagen pública en los espacios ilustrados fortaleció el disfraz del mundo civilizado al ir de compras a la nueva forma moderna. La Boutique, era el lugar donde eran atendidas por couturier especializadas en las últimas modas parisinas y donde se procuraba que “las cosas que hacían normalmente ascendieran al estatus de momentos de inmenso placer” (Dejean, 2008, p. 25). 

La incomodidad que implicaba el uso de una indumentaria rígida, opresiva, que obligaba al cuerpo a adoptar una forma que no tiene, era la expresión concreta de la sujeción de la mujer a un marco social que le exigía lucir tranquila, bella, inexpresiva (el cuerpo no tiene facilidad de movimiento), pasiva, frágil porque su inmovilidad la vuelve vulnerable y por consiguiente requiere la protección de un hombre, lo cual las reglas sociales exigían explícitamente. 

*Egresada de la maestría en Ciencias Sociales por El Colegio de Sonora.


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