Observatorios Urbanos


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Gabriela Sánchez López

Aflicciones confinadas: ¿quién escucha el sufrimiento de las niñas y niños? 

                                                                                                                                                                             Darle la palabra a un niño no es simplemente pedirle que hable sino saber escucharlo. 

                                                                                               Darle la palabra a un niño implica conocer los diferentes lenguajes y cómo pueden los niños contarnos lo que sienten y piensan. 

                                                                                                                                                                                                                           Escuchar a un niño es también escuchar lo que no puede decir. 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              Janin, 2011. 

 

No sé el nombre del primer niño que nació en 2020 en Hermosillo, pero una nota de un periódico local menciona que su madre, inició labores de parto en medio de la desaparición del padre del niño. Cuatro días más tarde, el joven de 24 años fue encontrado sin vida en una carretera a las afueras de Hermosillo. Un mes después, la ciudad se estremecía con el asesinato de Humberto, un niño recién nacido que fue alcanzado por una bala durante un ataque armado en donde un hombre perdió también la vida. Humberto vivió solamente tres semanas, haciendo evidente que la sociedad en la que nació no es asegura ni preserva la vida de niñas y niños.

 

Antes de este evento, todavía en 2019, otra recién nacida era asesinada en Obregón durante una agresión armada dirigida a su padre que también murió. Poco después, en Empalme, una vivienda era allanada durante el secuestro de una persona, y posteriormente incendiada con dos niños adentro. Uno de ellos, con 7 años, falleció a causa de las quemaduras. Meses después, seis niñas y niños morían acribillados en Bavispe. 

En este contexto de violencia crónica, aquellos que logran sobrevivir, prefieren quitarse la vida, como fue el caso de un joven de 15 años, que unos días antes de que la pandemia cobrara relevancia, intentaba lanzarse desde un puente en Hermosillo.

Las violencias que matan y afligen a niñas y niños, se han recrudecido durante el confinamiento sanitario, debido a las crisis económicas por las que atraviesan sus hogares y comunidades, en donde muchos viven bajo condiciones de hacinamiento y con el terror de habitar bajo el mismo techo de sus agresores, que comúnmente son sus propios padres o familiares.

La violencia no está en cuarentena, claman las colectivas feministas. En las primeras semanas del confinamiento sanitario, una niña de 13 años fue asesinada después de sufrir abuso sexual en Nogales. Sus padres habían ido a la compra, ella los esperaba en casa.

Los efectos del aislamiento entre niñas y niños son evidentes. En Hermosillo, durante el mes de abril, un niño de 9 años subió al techo de su casa y amenazó con un cuchillo quitarse la vida. Del mismo modo, una chica de 16 años en Etchojoa, pretendía saltar de las alturas para cometer suicidio por “problemas familiares”. 

Estos casos reflejan lo angustiante que resulta para algunos de ellos las situaciones que se viven en casa y al mismo tiempo, los escasos mecanismos de contención en sus familias.

Experiencias como las descritas, se repiten en otros lugares de México desde hace años. A más de una década de la violencia derivada de las políticas y maniobras de seguridad, que se pusieron en marcha con la “Estrategia Integral de Prevención del Delito y Combate a la Delincuencia” impulsada por el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), la desaparición forzada, la violencia feminicida y los homicidios producidos en el contexto de violencia actual -marcado por la lucha contra el crimen organizado- han generado mucho sufrimiento entre niñas y niños. 

Como generación, estas infancias han tenido que enfrentarse a diferentes tipos de pérdidas y a la muerte de sus seres queridos y de otros miembros de sus comunidades. Al mismo tiempo, han estado expuestas a una pérdida paulatina del valor de la vida, que se expresa no sólo en los numerosos asesinatos, sino también, en la exposición pública de la muerte a través de actos que refuerzan su crueldad y normalizan el terror, todo, en un ámbito de total impunidad. 

A pesar de que la orfandad y otros tipos de pérdida se han vuelto parte cotidiana de la vida de niñas y niños, existe un déficit de políticas públicas y de espacios para la escucha de sus duelos y sufrimientos. Los profesionales en la protección a las infancias y sus maestros, todavía carecen de un entrenamiento adecuado para tratar las aflicciones y los duelos que han marcado la vida de estas infancias. 

En la cotidianidad de los espacios escolares, existe un régimen de silencio u omisión sobre las violencias, pérdidas y duelos que vive la niñez, justificadas, en buena medida, por la idea de que las infancias logran por sí mismas recuperarse de estos eventos traumáticos o que no serán capaces de procesar la verdad u otro tipo de explicaciones sobre los eventos que los abruman. Otros coinciden en que los niños están acostumbrados a la violencia y la han normalizado.

Opinan que las niñas y niños “todo lo saben” y que no hace falta explicarles lo que sucede a su alrededor. En cierta forma, existe una lectura de inocencia corrompida.

El silencio también se ha convertido en una forma de protección para funcionarios que trabajan con infancias y los maestros de estos niños, con el fin de no ser blanco de las violencias que operan alrededor de las vida de sus estudiantes. 

Existen por supuesto buenas intenciones, pero son pocos los maestros que tienen tiempo de escucharlos, la mayoría tiene dos empleos y grupos muy grandes en donde es imposible establecer relaciones de escucha.

A pesar de este déficit de escucha, niñas y niños viven la escuela como un espacio para compartir sus experiencias de dolor, aflicción y duelo con otros pares.

 

En una investigación reciente que realicé con más de cien niñas y niños en el norte de Monterrey, pude comprobar que entre ellos mismos buscan consuelo y se dan fortaleza para vivir a pesar de las adversidades que los rodean.

Desafortunadamente, en esta contingencia sanitaria, el apoyo que se brindan entre ellos mismos se ha vuelto inviable y debemos pensar en la urgencia de preguntarles ¿cómo estás? ¿qué te está pasando? ¿cómo te sientes? 

Ahora que sus amigas y amigos están lejos, es urgente pensar, ¿quién esta escuchando a las niñas y niños? ¿cómo podemos reforzar las posibilidades para que puedan expresar lo que les duele y preocupa?       

*Profesora-Investigadora, Universidad Iteso Guadalajara.


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