Entre el patrimonio histórico, el feminismo y Raquel Padilla


colson

Miguel Ángel Grijalva Dávila

En dedicatoria a Raquel Padilla Ramos 

Siempre he estado a favor del derecho a protestar pacíficamente, aún si la protesta promueve un mensaje con el que no concuerdo, si es un mensaje que considero peligros, si la protesta provoca pérdidas financieras, si molesta la vida cotidiana de otros o si es en deterioro del patrimonio (público o privado). 

Me mantengo en esa postura, por lo que no critico a las marchas feministas que grafitearon el Hemiciclo a Juárez y El Ángel de la Independencia. Sin embargo… creo que, como muchos historiadores, una parte de mí no pudo evitar sentirse consternada al ver el deterioro de nuestro patrimonio histórico, el cual siempre he pensado que debemos defender. Esa dualidad de posturas, y el intento por reconciliarlas, es la que provocó este texto.

Palabras más, palabras menos, una amiga feminista posteó: “Que difícil es ser feminista y al mismo tiempo tener muchas ganas de bailar canciones que transmiten mensajes machistas”. 

Más complicada ha de ser la postura de colegas historiadoras, arqueólogas, antropólogas y arquitectas, con fuertes convicciones feministas y al mismo tiempo empleadas en la preservación y restauración del patrimonio histórico. 

Yo, por otra parte, aunque apoyo al feminismo, hablo desde mi posición de hombre, no pertenezco al género violentado y por el cual se realizan las protestas, pertenezco al género que violenta. Para muchas personas, lo anterior descalifica mí opinión.

Aun así, no puedo evitar reflexionar y concluir que el origen de mis posturas pro feministas vienen desde el hogar, donde se me educó bajo un marco de que hombre y mujer son iguales en aptitudes, capacidades y derechos, y donde era absoluto el respeto de una persona sobre otra, sin importar género, condición social, religión, posturas políticas, etc. 

Pero más interesante fue, mi conclusión sobre el origen de mi preocupación por el patrimonio histórico: me lo inculcó, en gran medida, la Dra. Raquel Padilla Ramos, historiadora que el mes de noviembre fue víctima del feminicidio, y en palabras del Dr. Ignacio Almada, víctima de la Sonora cruel y verdadera.

Raquel Padilla Ramos fue muchas cosas, entre ellas maestra. Tuve la fortuna de ser su alumno y recuerdo que, durante el sexenio 2003-2009, encabezó la defensa de la histórica Escuela Internado coronel J. Cruz Gálvez que el gobierno pretendía demoler para dar paso a un centro comercial. 

Raquel nos invitó a sumarnos y muchos acudimos al llamado. Como respuesta a las protestas, el gobierno aseguró que los niños de la escuela serían reubicados en nuevas, mejores y más modernas instalaciones, pero en aquel entonces la profesora Raquel alegó que la lucha no era sólo por el bienestar de los niños, también era para preservar el patrimonio histórico de los mexicanos, en aquel caso una escuela-internado creada para proteger a los huérfanos de la revolución. Hoy, la J. Cruz Gálvez tiene más de 100 años y sigue en pie, creo que en gran medida gracias a Raquel Padilla. 

Pero además de luchar por el patrimonio histórico, la profesora Raquel tomó muchas otras banderas, y el feminismo fue una. Así que era historiadora, luchó por preservar el patrimonio histórico y era feminista. Por todo lo anterior, el conflicto en mi pensar era complicado: trabajo en la enseñanza de la historia y respeto el derecho a protestar, simpatizo con el feminismo y sus marchas, pero al mismo tiempo quiero preservar los monumentos que grafitean; y quiero preservarlos gracias a los valores que me inculcó la profesora Raquel, quien es una de miles de víctimas del feminicidio, causa por la que las mujeres marchan y grafitean los monumentos. 

Me parece más grave la violencia perpetrada contra una persona, las mujeres en este caso, que la perpetrada contra el patrimonio histórico, los monumentos. La reflexión me lleva a varias conclusiones. La primera, es con la que abrí el texto: siempre respetar el derecho a la protesta, salvo que atente contra la vida de alguien. Segundo, no criticar o descalificar las protestas feministas, aunque grafiteen monumentos -y nótese que no uso la palabra “vandalizar”, pues los que vandalizan son los vándalos, que no es el caso-. Tercero, no descalificar a quienes se manifiestan feministas, pero legítimamente están en desacuerdo con este tipo de protesta, pues creo que el fondo y no las formas es lo que debe de unir al feminismo, y porque hasta antes de esta reflexión, yo mismo titubeé en mi postura sobre esas formas. Cuarto, sí descalificar a quienes, con el pretexto de su preocupación superficial (por no decir falsa) por los monumentos, descalifican al feminismo. 

Al final, es precisamente una enseñanza de la profesora Raquel Padilla Ramos, la que me libera del conflicto: el enemigo del patrimonio histórico y cultural no son las luchas sociales, como el feminismo, sino la supuesta “modernización” y la tendencia de arrasar todo lo que no tenga valor comercial. Esa “modernización”, proyectada en el mercado voraz e insaciable, es la que todos los días atenta contra un monumento, un edificio o un espacio histórico y cultural. Ocurre los 365 días del año, y el mismo número de días la sociedad machista y patriarcal violenta a las mujeres. Hemos perdido muchos monumentos, edificios y espacios históricos por negligencia de las autoridades, y/o nuestra, y perderemos muchos más por esa misma razón. 

Entonces ¿Por qué rasgarse las vestiduras por monumentos grafiteados en dos marchas de protesta en contra de la violencia de género, la injusticia, la desigualdad y el feminicidio? 


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