Alvaro Bracamonte Sierra
En el proceso electoral del 2015 El Colegio de Sonora invitó a los candidatos a la gubernatura a conversar con la comunidad académica. No todos atendieron la convocatoria, justificándose con problemas de agenda, aunque seguramente la razón era un cierto temor a los cuestionamientos que eventualmente les harían los investigadores.
Uno de los que sí acudió fue el empresario Javier Gándara; por figurar entre quienes encabezaban las preferencias de los electores, su participación generó muchas expectativas. El ex alcalde tenía la fama de haber hecho mucha obra pública en la capital sonorense: Ahí estaban como prueba los puentes elevados del Solidaridad y Vildósola, el de la confluencia del Morelos y Periférico Norte, el de la esquina del García Morales y Quiroga, el ubicado a un lado del Museo y Biblioteca de la Unison y otro a la salida Sur de Hermosillo.
También contaba en su haber con la modernización de varias arterias principales como el bulevar Kino y otras más.
Se jactaba de que en su administración se había pavimentado casi todo el casco urbano, afirmación que desde luego ni de cerca era cierta, aunque sí fue notorio el avance en el mantenimiento de calles y avenidas.
Con esos méritos, el empresario automotriz se disponía a relevar a Padrés Elías, quien ya para entonces estaba convertido en un verdadero lastre dada la fama de desaseos administrativos que lo perseguía. Pese a ello, el ex alcalde nunca se deslindó de su correligionario cananense, lo que a la prostre le arrebató votos y quizá el triunfo en las urnas. Nunca se sabrá qué hubiera pasado si en alguno de los debates realizados hubiera sido explícito en deslindarse de la corrupta gestión padresista. Sus razones tendría.
Una idea fuerza que vendía el empresario en su rol de político, era la relacionada con su capacidad para gestionar recursos.
Durante su presentación en el Colson, enlistó decenas de proyectos de infraestructura que tenía en mente realizar, con el correspondiente monto de recursos que se necesitaban. Recuerdo que un profesor de El Colegio le cuestionó acerca del mecanismo o estrategia de financiamiento que pensaba instrumentar para concretar los proyectos, a lo que el entonces candidato blanquiazul se limitó a responder que confiaba en su capacidad de gestión, misma que estaba sobradamente probada. Hizo referencia a su experiencia en el Ayuntamiento de Hermosillo y a la red de relaciones que tenía a nivel federal, que le facilitarían bajar los fondos requeridos para concretar los proyectos prometidos. Confiaba en que Acción Nacional obtuviera la mayoría en San Lázaro y con ello se abriera una rendija para poner en acción sus atributos de buen gestor.
Nada de lo narrado por el empresario resultó cierto.
Perdió la contienda y los blanquiazules quedaron lejos de ser mayoría en la legislatura federal. Claudia Pavlovich se quedó con el triunfo; también venía precedida de una buena fama como gestora, o por lo menos eso daba a entender cuando repetía que le dijeran qué puertas habría que tocar y ella se encargaría de abrirlas. Pese a esos atributos y a que su partido ocupaba Los Pinos y dominaba el Congreso de la Unión, no pudo bajar muchos recursos que digamos.
Los grandes proyectos de infraestructura brillaron por su ausencia durante el trienio que le tocó gobernar con EPN y lo siguen haciendo ahora con López Obrador.
En el primer caso, la escasez de recursos tuvo que ver con una meta autoimpuesta por la Federación de reducir el sobreendeudamiento registrado entre 2012 y 2015; en lo que toca al actual Presidente, se sabe que ha sido muy escrupuloso a la hora de transferir recursos a estados y municipios, derivado del brutal desparpajo en que incurrieran las autoridades locales a la hora de aplicarlos.
En resumen, la capacidad de gestión no resulta muy útil en la coyuntura actual para aligerar la fragilidad financiera que se padece. El fortalecimiento de las haciendas locales pasa ahora, sin duda, por las capacidades desarrolladas para recaudar recursos propios. En esto las autoridades deberán poner mayor atención.